El aumento de visitantes a las montañas de España a lo largo de las últimas décadas (Fig. 1), tanto por parte de aficionados a los llamados deportes de montaña como por parte de profesionales vinculados directa o indirectamente a estas actividades, ha incrementado notablemente el número de personas en situación de potencial riesgo asociado a las condiciones climáticas y meteorológicas. Aunque no hay publicaciones que presenten conclusiones definitivas sobre esta cuestión es muy probable que un número significativo de los, e.g., 1031 accidentes registrados en la práctica deportiva durante el año 2000 (Moscoso, 2003) tengan un origen directo o indirecto en tales condiciones. La práctica de tales deportes es sensible, en mayor o menor grado según la modalidad, a las condiciones meteorológicas, que determinan en el grado de confort, el nivel de seguridad y las posibilidades de éxito. Los tres pilares en los que se fundamenta la optimización de dichos parámetros son: Un buen conocimiento de la climatología de los diferentes sistemas o macizos montañosos (incluyendo una relación zonificada de los fenómenos meteorológicos más frecuentes); unas predicciones suficientemente detalladas espacio-temporalmente y con inclusión de fenómenos propios de la montaña y una formación adecuada de los practicantes (aficionados o profesionales), tanto en la interpretación de los boletines meteorológicos como en la observación y predicción a muy corto plazo sobre el terreno.
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