A lo largo de todos estos años, desde que nos conocimos en 1921, Daniel Cosío Villegas y yo sostuvimos una amistad epistolar: con cierta regularidad nos enviábamos cartas para comunicarnos lo que hacíamos. Después del Congreso y de nuestro viaje, cuando salí de México traía conmigo algunas pequeñas narraciones descriptivas de Daniel, de las que publiqué tres en la revista Nosotros de Buenos Aires, pocos meses después me envió el libro en que publicó el conjunto de narraciones, Miniaturas mexicanas (1922).
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