Quienes durante años de infancia, adolescencia y juventud hemos estado internos en Colegios ( supongo que también sucedía en los Institutos), solíamos ser llamados tanto por nuestros compañeros como por nuestros profesores por el apellido, y nos enorgullecía el reconocimiento de pertenencia a tal o cual raza o "familia", pero sentíamos una cercanía especial cuando alguien nos llamaba por nuestro nombre. Así lo hacían nuestros padres y hermanos ( con cambios refe-rentes a nuestras peculiaridades en el comportamiento o rol familiar que sólo ellos conocían). También por el nombre nos llamaban los amigos desde la primera hora. Muchos recordamos a compañeros de estudio por su apellido, pero a los que más presentes tenemos, incluso con los que mantenemos una prolongada relación de amistad son los que empezaron a llamarnos por nuestro nombre, eran y son amigos, aunque nos veamos de tarde en tarde.
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