Cuando se descubrió el ADN se supuso que las especies más desarrolladas y complejas tendrían más genes y, por tanto, genomas más voluminosos. Pero pronto se observó que ciertos animales simples, como las salamandras, albergaban docenas de veces más ADN que las de los humanos.
Su genoma contiene muchos más transposones, elementos no codificantes que se insieren a lo largo de él de forma repetitiva. Estos influyen en las deformaciones anatómicas y el lento desarrollo de estos anfibios, aunque también los dota de la capacidad de regeneración.
Se postula que este ADN repetitivo es un material útil para la evolución. La cantidad que una especie es capaz de acumular guarda relación con su velocidad de desarrollo, ritmo metabólico y modo de vida.
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