Nuestro Congreso está lenta, pero inexorablemente, acercándose a su final. Nos frena en el tomar ya el camino de retorno a casa el común deseo de escuchar cuanto el P. Cencini nos propondrá para ayudarnos a traducir las reflexiones de estos días en propuestas pedagógicas, capaces de hacer cami-nar a las ideas, recalentar el corazón, mover nuestra vida y las de los jóvenes al Dios que continuamente llama.
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