Una de las situaciones no resueltas suficientemente en la Disciplina del Trabajo Social, es aquella que se refiere a la acumulación de intervenciones sociales, que no consiguen realizar un tránsito desde la cantidad a una calidad sistematizada, con capacidad para convertirse en un pensamiento teórico crítico de nuestro propio quehacer. Por otro lado, los intentos de teorización, las más de las veces, no consiguen o no pueden trasponer las fronteras “políticamente correctas” de los pensamientos establecidos de los clásicos de moda en las ciencias sociales.Algunos autores estiman que este fenómeno se expresa como dos polos de una tragedia de dependencia hacia un tipo de ciencia social, que desde el positivismo hasta las actuales corrientes de la posmodernidad, siguen dictando las claves de la comprensión de explicación de la realidad social, a las cuales recurre dependientemente el Trabajo Social. Ejemplos de esta situación son parte de la historia de nuestra disciplina y sólo la mención a la dependencia del trabajo social europeo respecto de la Iglesia Católica o del trabajo social norteamericano respecto de la incipiente sociología positivista, nos permiten graficar esta situación. Hoy día, respecto de la propuesta de la posmodernidad, la situación no es distinta.En estas circunstancias, pareciera lícito búsquedas de autonomía de creación de pensamiento, en una disciplina tan expuesta a la “improvisación teórica fundada” en la frontera de la necesidad de creación permanente de diseños sociales para la transformación y no solo para la contemplación. En esta perspectiva, pareciera también legítimo reivindicar junto a una irrenunciable función teórica del Trabajo Social el proponer nuevos campos y dominios de experimentación para el diseño y transformación social.
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