Madrid, que siempre fue una ciudad con un enorme interés hacia la ópera, contemplaba entre compungida, perpleja y desanimada, cómo desde la clausura del Teatro Real en 1925 era necesario trasladarse al Liceu barcelonés, de actividad regular y abundante, para saciar sus necesidades líricas. O acudir a las temporadas de Oviedo y Bilbao, iniciadas respectivamente en 1948 y 1953, iniciativas capaces de reclamar la atención por la popularidad de sus títulos y por el gancho de sus intérpretes. Fue entonces cuando el Teatro de la Zarzuela tomó el toro por los cuernos, el mismo que los días 10 y 13 de octubre celebra sus 150 años con dos galas líricas.
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