Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1952) fue un referente para los cineastas que buscaban nuevas formas de hacer cine durante los años 60 y 70 porque con la mirada a la cámara de su protagonista se anticipó a la reflexividad característica de la modernidad cinematográfica. Al irrumpir inesperadamente en la narración, esta mirada se convierte en una estrategia autoconsciente dirigida a desarticular no solo la ficción cinematográfica, sino también la ficción de Mónica, que se ha apropiado simbólicamente del mundo imaginario proyectado por el cine.
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