La evolución de la economía turca en la segunda mitad de 2021 y principios de 2022 ha estado muy influida por el desarrollo de la pandemia de COVID-19 y la aplicación de un marco de política económica que tiene por objetivo facilitar el ajuste de su posición exterior a través de un tipo de cambio más débil. Más recientemente, Turquía también se ha visto afectada por la invasión de Ucrania por parte de la Federación Rusa, debido a las exposiciones a esos países y su fuerte dependencia energética. Una política monetaria extraordinariamente laxa ha apoyado el mantenimiento de un fuerte dinamismo de la economía, pero también ha exacerbado algunos de sus principales desequilibrios preexistentes, lo que ha dado lugar a una fuerte depreciación del tipo de cambio y a una tasa de inflación muy alta. Todo ello en un contexto de cuantiosas necesidades de financiación exterior, elevado endeudamiento en moneda extranjera de las empresas no financieras y cada vez más del sector público, unas reservas internacionales de divisas reducidas y una alta dolarización de los depósitos bancarios, que se ha tratado de revertir con la introducción de una estrategia que busca aumentar el peso de la lira turca en la economía.
La posición del sector bancario sigue siendo relativamente sólida y la ratio de préstamos de dudoso cobro ha disminuido, si bien algunos de sus indicadores han empeorado ligeramente, como las ratios de solvencia.
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