Cuando hace 500 años la Iglesia Católica y mucho más recientemente otras denominaciones cristianas, entraron en contacto con las poblaciones andinas que hoy conforman los estados de Ecuador, Perú y Bolivia, no llegaron a un mundo vació sobre el que pudieran establecer a voluntad su propia utopía cristiana. Existía ya una sociedad sólidamente establecida desde tiempo atrás, con sus propias instituciones sociales, económicas y políticas; con su propia síntesis cultural, su sistema de valores, su ética y su religión. Todo ello formaba un conjuunto con sus propias luces y sombras, sistematizado, coherente y ancestalmente establecido en la región. Más aún, el mismo mensaje cristiano no llegó de una manera muy distinta y distante ed aquella con que 16 siglos antes Cristo había anunciado la Buena Nueva. Un conjunto de ideas y prácticas llamadas cristianas llegaban ahora cabalgando a lomos de un poder y sociedad extranjera -también con sus luces y sombras- que se introducía en casa agena como un invasor.
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