Cuando la carretera llegó a Quillabamba, a fines de 1932, sus habitantes no pudieron dejar de celebrarlo con unos bailes en los salones de la casa-hacienda Macamango. Seguramente algunos bailaron pensando que era la última vez que lo hacían. No porque no hubiese nada que festejar en el futuro de la localidad en progreso, sino porque también había llegado a la ciudad una terrible epidemia de malaria. Ese día con una metáfora de modernidad y muerte, los que festejaban la llegada de la carretera, bailaban en el mismo edificio en cuyo sótano se habían refugiado ya las primeras víctimas de la epidemia.
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