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Carta desde Moscú: ¿Partir o no partir?

  • Autores: Andrei Kolesnikov
  • Localización: Política exterior, ISSN 0213-6856, Vol. 36, Nº 207, 2022, págs. 14-20
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • Reunido en un pub moscovita con un viejo camarada, de los que trabajaron en el primer gobierno reformista, estudio con interés las marcas de la sección de whisky. Todo es igual que en la vida pasada, nada parece haber cambiado. El otro día, en otro pub de Moscú, ya no había muchas variedades disponibles: las importaciones se han interrumpido y probablemente las existencias han empezado a agotarse. Pero aquí no hay ningún problema con eso. Pedimos un Maker’s Mark americano y caemos en la conversación estándar de los moscovitas inteligentes en tiempos de guerra, la conversación de la gente que se queda en Moscú. Primero, sobre el hecho de que el sueño ha desaparecido o al menos se ha vuelto intermitente, que tengo pesadillas –hoy he soñado con el registro en mi apartamento–, que la sensación de terror y de estar en una antiutopía nunca se va, mientras la etapa de habituación y aceptación nunca llega. Y luego intercambiamos interpretaciones de los acontecimientos y rumores.

      Es mi segundo encuentro en este día, un día típico de Moscú. El primero ha sido con un conocido escritor, un viejo amigo de edad avanzada. Dice que a los 70 años es demasiado tarde para irse, que no tiene ningún sentido.

      Moscú, sus calles suburbiales, tan adoradas por mí, siguen siendo las mismas. Nos avergonzamos de nuestra propia depresión, porque no es nada comparada con la muerte de personas en Ucrania. Todo ha cambiado, pero solo de manera invisible: nadie bombardea la ciudad, pero una especie de “ley marcial” está escrita en las caras de los habitantes. Hablar con transeúntes al azar es sencillamente peligroso: algunos de ellos están histéricos por la victoria del glorioso ejército ruso, a otros les carcome la misma pregunta interior: ¿irme o no irme? Si decido irme, ¿con qué dinero? Las nuevas normas solo permiten sacar 10.000 dólares en efectivo y las tarjetas Visa y Master Card rusas no funcionan en el extranjero.

      De forma inesperada, me encuentro con una antigua compañera de trabajo a la que no veo desde hace, literalmente, 20 años, pero hablamos como si nos hubiéramos visto ayer. Es el tipo de persona que no necesita concretar si está a favor o en contra de Vladímir Putin. Dice que se quedó aquí “por alguna razón”, pero que sus chicos se fueron al extranjero.

      Parece que casi todo el mundo en nuestro círculo tiene apartamentos en el extranjero o al menos la ciudadanía israelí. Yo también. En los primeros días, busqué caóticamente una salida. Conseguí un visado Schengen gracias a amigos de la embajada, solicité la repatriación a Israel, olvidando que salvaría a mi hijo del ejército en Rusia, pero le destinaría al servicio militar allí. Sí, sí, entiendo que son ejércitos diferentes, pero él necesita estudiar, un máster le espera en Europa y debe ir allí antes de que las fronteras probablemente se cierren…


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