Al tratar a Salomón desde el punto de vista del historiador, nos enfrentarnos a un grave problema: la arqueología no confirma la veracidad del relato bíblico. Más allá de los límites del texto, no existe ni una sola prueba material de la existencia de esta figura. Ni una sola inscripción, mención en una fuente de los países vecinos, una estatua o estela. Nada. Y si el personaje resulta inexistente, otro tanto se puede decir de esa capital en la que la plata era tan común como las piedras. La visión minimalista que subraya las dificultades para relacionar los hallazgos arqueológicos con la presunta grandeza del reinado de Salomón, invita, pues, a buscar su origen en algún modelo literario. Se propone aquí una interpretación del texto bíblico a la luz de una conocida narración griega.
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