Nicolas Sarkozy fue elegido presidente de la República francesa, el pasado 6 de mayo, con una ventaja de dos millones de votos sobre su rival socialista. Este resultado lo obtuvo con una tasa de participación electoral muy elevada (83.97%) y contradice la “regla” que indica que la mayoría que acaba de finalizar un mandato es derrotada en la elección siguiente. Pero el nuevo jefe de Estado ha marcado sus distancias con su predecesor Jacques Chirac, al expresar de manera repetida su deseo de “ruptura” con lo que él asimila a un cuarto de siglo “políticamente correcto”. Las primeras medidas económicas y sociales afrontadas por su Gobierno (supresión del mapa escolar, modificación del contrato de trabajo y del derecho de huelga, la reducción de impuestos para los ingresos muy altos) dan significado a esa ruptura. Aprovechando la confusión de la izquierda, Sarkozy ha obtenido la adhesión a su programa de varios antiguos responsables de centro y del Partido Socialista. Con su concurso, espera modificar profundamente el equilibrio político del país y continuar haciendo patentes sus convicciones de derechas. En este sentido tiene presente el espíritu de las transformaciones producidas en otras partes: en España, en Italia y, sobre todo, en Estados Unidos.
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