Muchas veces se acusa a la liturgia reformada tras el Vaticano II de haber fomentado excentricidades y abusos, de celebrarse mal en muchos casos, fruto de una mal entendida creatividad, y de haber perdido el sentido del Misterio. Más allá de la casuística puntual, lo que resulta evidente es que ya tendríamos que celebrar mejor. Tenemos los libros reformados, pero nos falta mucho camino por recorrer hasta alcanzar lo que la Constitución Sacrosanctum Concilium pretendía: una auténtica "renovación litúrgica". La trascendente decisión del papa Francisco, tras un mesurado discernimiento por la delicadeza de la cuestión, es un decisivo paso adelante en este camino.
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