El año 2021 ha estado marcado por un intenso crecimiento de la economía mundial, en buena parte como resultado de un proceso de normalización tras el acusado desplome de la actividad en 2020 y también impulsado por el avance de la vacunación y por políticas fiscales y monetarias muy expansivas en numerosos países. No obstante, esta recuperación ha sido desigual por regiones y por sectores y ha dado lugar a desajustes entre la demanda, que se ha reactivado muy rápidamente, y la oferta, que sigue presentando problemas en muchas regiones, lo que ha derivado en cuellos de botella en las cadenas de producción y distribución globales. La menor producción y los retrasos en los suministros, junto con el incremento del coste de las materias primas y de la energía, han elevado la inflación a nivel mundial, situándose en niveles máximos de las últimas décadas en varios países. Esta situación ha acelerado el proceso de endurecimiento de las políticas monetarias por parte de los bancos centrales, lo que a su vez puede restar dinamismo al crecimiento mundial, con especial riesgo para las economías emergentes. Una de las principales incertidumbres en la actualidad es sobre la persistencia de una elevada inflación a nivel mundial, aunque mayoritariamente se considera que será un fenómeno transitorio que irá moderándose a lo largo del presente año.
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