La introducción en la península ibérica de la arquitectura gótica, revolución constructiva de origen francés, fue un proceso complejo que dio comienzo en el reino de Castilla en las décadas finales del siglo XII, bajo un decidido patronazgo regio y eclesiástico. Las construcciones del primer gótico peninsular, como la catedral de Cuenca y el monasterio de Las Huelgas de Burgos, abonaron el terreno para que, entrados ya en el siglo XIII, fueran edificados algunos de los ejemplos señeros peninsulares de la nueva arquitectura, como serían las catedrales de Burgos, Toledo y León, destacados símbolos de la modernidad arquitectónica de su época.
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