Uno de los rasgos más importantes del arte español moderno y de vanguardia es la división entre aquellos artistas que trabajaban dentro del país y los que lo hacían fuera, sobre todo en París. Cuando surgió la Sociedad de Artistas Ibéricos, en 1925, deseosa de promover el arte moderno y ponerlo en contacto con el público, eligió a Pablo Picasso para normalizar esa situación, le reclamó como el líder del arte nuevo español y mostró sus obras en varias y decisivas exposiciones en Copenhague, Berlín y París
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