En el interior de los profundos cambios que se han producido en el orden y en el lenguaje del saber desde el último tercio del siglo XIX, hay una dimensión troncal que ha quedado retenida en representaciones anteriores: nuestro sentido común. Entre nuestro interior vivido y nuestro exterior conocido no hay simetría ni continuidad. La "ciudadanía del mundo" es un horizonte impracticable. Quizá uno de los retos decisivos de la proyección educativa de la filosofía sea establecer nuevos puentes representativos entre las cosas que nos rodean y nuestra manera de sentir el mundo.
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