«Destruir la cárcel, hacer del niño el centro de la escuela, librarle de todos los miedos, dar sentido y alegría a su trabajo, crear a su alrededor una comunidad de compañeros que no sean sus antagonistas, dar importancia a su vida y a los sentimientos más elevados que se desarrollen en su interior; he aquí el deber del educador, de la escuela, de la sociedad».
(M. Lodi, “Carta a Katia” en El país errado (Laia, Barcelona 1973) 17.
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