La conciencia de la existencia de un patrimonio histórico-arquitectónico y la necesidad de conservarlo no surge hasta bien entrado el siglo XIX. Prueba de ello la tenemos en los escritos de protesta que, en 1881, un numeroso grupo de vecinos durangueses dirige al Ayuntamiento para evitar los derribos del pórtico de la iglesia de Santa María y del arco de Santa Ana, propuestos por los arquitectos que se encargaron de la nueva alineación de las calles de la villa. Otro ejemplo lo vemos en la carta del vascófilo inglés Edward Spencer Dogson que, en 1904, pide medidas de protección contra los elementos atmosféricos para la cruz de Kurutziaga de Durango. Esta cruz había sido ignorada por los historiadores y cronistas hasta finales del siglo XIX.
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