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No nos dejes caer...: Tentaciones del demonio en el México virreinal

    1. [1] Centro de Enseñanza para Extranjeros, UNAM
  • Localización: Decires, ISSN-e 1405-9134, Vol. 11, Nº. Extra 12-13, 2008 (Ejemplar dedicado a: Decires. Revista del Centro de Enseñanza para Extranjeros. Nueva época), págs. 75-84
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • Desde el principio de las civilizaciones, el mal fue personificado en figuras demoniacas; en la tradición judeo-cristiana se le llamó Demonio, Satanás y Luzbel, entre otros apelativos. La sociedad novohispana, pertenece al mundo católico, creía en la existencia del mal y en que los pecados cometidos por el hombre eran provocados por el mismísimo Diablo.

      Según el Diccionario de Autoridades de 1739, la tentación “es la instigación o estímulo que induce o persuade a alguna cosa mala”, y establece que el tentador por antonomasia es el Demonio. En términos bíblicos, tentación traduce la palabra hebrea massâh, que quiere decir prueba o dificultad, y se usa para cualquier situación que puede debilitar la fe del hombre y alejarlo de Dios; pero si la resiste, por el contrario, fortalece la fe y el carácter. San Pablo establece que una de las razones por las que Dios envía al tentador es para que “sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirie-ron la iniquidad”.

      En primera instancia, según la dogmática católica, cuando el Demonio tienta a una persona, pretende que pierda la fe y se aleje de Dios, sin embargo, los tratados teológicos al respecto, desde los antiguos a los contemporáneos, establecen que Satanás, como ser creado, no es omnipotente y sólo puede obrar con el permiso de Dios, así es que muchos contactos que el Diablo establece con los hombres tienen como propósito divino probar la fortaleza y hacer más firme la fe. Por ello, se creía que las personas virtuosas, de quienes hablaré más adelante, siempre resistían a la tentación, se santificaban en el proceso y fueron consideradas ejemplos de vida. Lo anterior implica que el sujeto tentado podía decidir, gracias a su libre albedrío, acceder a las proposiciones demoniacas o rechazarlas, así como los ángeles lo hicieron es su momento.


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