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Resumen de Rostros rurales y desarrollo local

Diana Cabrera

  • Los trescientos sesenta y cinco días del año, lejos de la ciudad, hombres y mujeres rurales empiezan el día con el cuidado y mantenimiento de sus fincas. Simultáneamente, lejos de aquellos campos, miles de personas desfilan ante las perchas de los grandes supermercados para comprar alimentos: aumenta la brecha entre la ciudad y el campo, los citadinos van perdiendo el interés de detenerse a pensar de dónde viene su comida y quiénes la producen. Este registro gráfico de Píntag (Ecuador) y Arequipa (Perú), 2012-2015, busca mostrar la semejanza de los rostros rurales que confluyen en similares historias de trabajo, lucha y autonomía para vivir con dignidad. Detrás de cada alimento producido se encuentra el rostro de una familia campesina; y tras ésta se encuentra su finca, de ello resulta el trabajo agrícola familiar. La familia campesina es propietaria y trabajadora de su finca, es proveedora de alimentos sanos, generadora de autoempleo, es parte activa de la economía en sus comunidades; además, son saberes y prácticas ancestrales en la producción, cosecha, poscosecha y procesamiento artesanal de alimentos, así como en el cuidado de la Madre Tierra. El trabajo de la familia campesina es ejemplo de soberanía económica, sus fincas se fortalecen y se diversifican a medida que la sociedad asuma un rol activo al comprar alimentos provenientes de éstas en una suerte de invitación a la reflexión sobre los beneficios económicos, sociales y ambientales de esta actividad. Los mercados campesinos son espacios de encuentro directo entre productores y consumidores en condiciones equitativas para ambas partes, el lugar en donde se establecen relaciones que superan la compra-venta y se valora la importancia del trabajo familiar campesino así como el rol del consumidor.


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