Se ha hablado de la diseñadora Tomoko MIho como del secreto mejor guardado de su tiempo. Lo mismo que se podría decir que las profesionales de la comunicación gráfica que la acompañan en este artículo, desde Juana Francisca Rubio, cartelista por sentido del deber, o Elaine Lusting Cohen, diseñadora por accidente, hasta las suizas Lora Lamm o la malograda Thérèse Moll, pasando por los excelentes trabajos de Muriel Cooper y Jacqueline Casey para el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), sin olvidar a las exquistas Dorrit Dekk o Pegge Hopper. Todas ellas son, con frecuencia, algunas de las grandes olvidadas cuando, en libros, aulas y conferencias, miramos por el retrovisor de nuestra profesión.
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