Las reacciones adversas a alimentos incluyen aquellas que aparecen tras el contado, inhalación o ingestión de un alimento o componente del mismo. Las debidas a toxinas dependen de la dosis y no de la susceptibilidad individual, mientras que las intolerancias y las alergias alimentarias solo afectan a personas susceptibles.
Las primeras incluyen una amplia variedad de cuadros clínicos en cuya patogenia se implican déficits enzimáticos, reacciones metabólicas y farmacológicas y otros no bien determinados. Su tratamiento no siempre incluye la eliminación del alimento de la dieta.
La alergia a alimentos supone en el momento actual un problema cada vez más frecuente y en su fisiopatología se implican factores genéticos, inmunológicos e influencias ambientales. Ocurre fundamentalmente en la infancia y se manifiesta con una gran variedad de síntomas, pudiendo ser resultado de uno o más mecanismos inmunes. Las mediadas por IgE se producen por anticuerpos IgE específicos frente a un antígeno alimentario y cursan con sintomatología inmediata cutánea, digestiva, respiratoria y/o cardiovascular. En cambio, las no mediadas por IgE se caracterizan por síntomas predominantemente cutáneos y/o digestivos de aparición generalmente Urdía, y en los cuales no siempre es posible confirmar la implicación de un mecanismo Inmunológico mediante pruebas complementarias.
El diagnóstico debe basarse en la sintomatología clínica, en la respuesta a la exclusión del alimento sospechoso y en la prueba de provocación con el mismo, con la ayuda en ocasiones de los exámenes complementarios. El tratamiento requiere la eliminación de la dieta del alimento causal, y en el caso de la leche de vaca la utilización de fórmulas alternativas de alergenicidad muy reducida, sin olvidarnos de los aspectos nutricionales y el papel que juega en los últimos años la inmunoterapia. En general, se alcanza la tolerancia a lo largo del tiempo.
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