No poder escuchar ni las propias creaciones ni las ajenas –por mucho oído interno que se tenga–, o ver truncada la carrera como intérprete a causa de una sordera, puede causar la más absoluta de las desesperaciones en un músico. Beethoven, Smetana y Fauré acabaron sus días sumidos en el silencio atormentados por el drama del aislamiento social provocado por una pérdida auditiva severa.
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