En el siglo VIII, Asturias cobró un protagonismo extraordinario en el tablero hispánico y europeo. Nunca hasta entonces había sido esta región tan crucial en la evolución de la historia universal, pues sirvió de embrión de la monarquía hispánica, uno de los Estados fundamentales de la modernidad. Mantuvo esta posición durante dos siglos, gracias a un esfuerzo genial de fuerza humana, oportuno ingenio, talento artístico, valor y osadía.
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