El trasplante hepático constituye una opción terapéutica aceptada tanto en el fallo hepático agudo como en la disfunción hepática crónica grave, así como en enfermedades congénitas del metabolismo, cuyo error enzimático primario se sitúa preferentemente en el hígado y la corrección del déficit evita la progresión de la enfermedad o previene la disfunción de otros órganos vitales.
La mortalidad del trasplante hepático es del 10% durante el primer año, con una supervivencia en torno al 80% a los 5-10 años- El éxito del trasplante hepático está en relación con la sedación del candidato, tanto en cuanto a la certeza de ser la única opción terapéutica como en considerar el momento oportuno de llevarlo a cabo. Consideramos como momento óptimo cuando, a pesar del riesgo del trasplante y los inconvenientes del tratamiento farmacológico, este representa un beneficio positivo sobre las complicaciones de la enfermedad de base, o el deterioro en la calidad de vida del paciente. Igualmente también contribuye al éxito una correcta evaluación pretrasplante que permita, por una parte, establecer una presunción pronóstica y, por otra, descartar posibles contraindicaciones, así como instaurar medidas terapéuticas que mejores las condiciones con las que el paciente llegue al trasplante.
De forma habitual, en pacientes con hepatopatía crónica se utilizan los scores de Child-Pugh y Mlatack para decidir la indicación de trasplante, y el sistema PELD (Pediatric End-Stage Liver Disease) permite priorizar el trasplante hepático en aquellos niños que están en lista por el mayor riesgo de muerte. En pacientes en situación de fallo hepático aguado el TxH puede ser la única opción terapéutica y se utilizan los criterios del King´s Colelge Hospital.
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