Los contactos entre la península ibérica y el Mediterráneo oriental no se interrumpieron al día siguiente del colapso del poder micénico, sino que continuaron operando gracias a la iniciativa de emprendedores independientes que no estaban envueltos en el rígido sistema palacial de los reinos micénicos y que tenían en Chipre y en los grandes asentamientos de la costa siriopalestina sus principales centros dinamizadores. De este modo, gracias a estos “comerciantes-guerreros” las rutas hacia Occidente permanecieron activas, y con ellas todo el flujo de conocimientos, ideas y productos manufacturados orientales por las que transitaban.
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