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Resumen de El retorno de la historia

Serhii Plokhy

  • En diciembre de 1991, cuando la Unión Soviética se desmoronaba, pedí a mis alumnos del curso sobre “La URSS en crisis: la cuestión de la nacionalidad” que jugaran a un pequeño juego. Su premisa básica era que, a partir de diciembre de 1991, todos los ciudadanos soviéticos tenían derecho a trasladarse a donde quisieran en su propia república o a cualquier otra república soviética; una oportunidad que se perdería una vez que las repúblicas se convirtieran en Estados independientes. Se pedía a los alumnos que eligieran en qué región o república les gustaría establecerse: en otras palabras, en qué Estados sucesores de la URSS les iría mejor en la década o dos siguientes. Las opciones más populares fueron dos regiones de la Federación Rusa: el enclave de Kaliningrado –una parte de Prusia Oriental en torno a la ciudad de Königsberg incautada por el Ejército Rojo en 1945–, ya que se consideraba un puente natural para la integración política y económica de la nueva Rusia en Europa, y la región del lejano oriente en torno a Vladivostok, de la que se esperaba que cumpliera la misma función con respecto a la floreciente cuenca del Pacífico. Otros eligieron Ucrania, para la que los expertos del Deutsche Bank habían predicho el futuro económico más brillante de cualquier república soviética.

    Treinta años después, las esperanzas y expectativas de mis alumnos y de la mayoría de los expertos y pronosticadores no se han materializado. Las regiones que supuestamente tenían más posibilidades de éxito se encuentran ahora entre las peores en cuanto a resultados económicos y nivel de vida. Al evaluar el potencial económico del espacio postsoviético, no solo mis alumnos, sino también los profesores y expertos demostraron estar equivocados sobre las perspectivas de desarrollo democrático en los Estados sucesores. Francis Fukuyama, en particular, aclamó el…


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