La necrópolis ibérica de El Cigarralejo, fechada desde fines del siglo V hasta el siglo I a.C., refleja la estructura sociopolítica de la población enterrada y las diferencias de rango. A partir de esta premisa, se plantea la hipótesis de que necrópolis y santuario (cuya cronología se analiza) han utilizado el mismo lenguaje simbólico para expresar idéntica ideología respecto a la ordenación territorial del paisaje, reforzamiento de las instituciones y cohesión social. Las llamadas tumbas principescas (T. 200 y 277) ponen de manifiesto los vínculos indisolubles entre la religión y el gobierno, hasta el punto de afirmar que el paradigma del poder toma como modelo a las divinidades titulares del santuario, la Gran Diosa Ibérica y el déspothes híppon.
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