Si el regadío ha sido, históricamente, el fundamento del desarrollo agrario en muchas áreas mediterráneas, sólo un uso regular del agua permitía mantener el carácter intensivo de la agricultura. En condiciones de escasez de los recursos hídricos disponibles, como las que se daban en el s. XIX, ello comportaba que quienes ya tenían acceso al regadío limitaran la extensión del mismo a otras tierras. Las tensiones en torno a este problema fueron importantes e implicaron a las instituciones presentes (ayuntamientos, Agrupaciones de regantes, Estado) y a los diversos sectores sociales (cultivadores arrendatarios, propietarios acomodados locales, grandes propietarios absentistas)
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