Frente a la idea de que la Iglesia primero se constituía y después llevaba a cabo una serie de misiones para predicar el evangelio, la segunda mitad del siglo XX desarrolló la convicción de que la iglesia en sí misma es fruto de la misión, por lo que no puede haber Iglesia sin misión. El artículo plantea, en primer lugar, esta transformación vivida en la eclesiología, para a continuación reflexionar sobre las consecuencias prácticas que tiene en la vida de las comunidades cristianas, de cara a que se conviertan en comunidades misioneras.
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