El fútbol, como deporte, genera esparcimiento dentro de la sociedad, creando modelos de apropiación para simbolizar sus emociones y pensamientos los cuales han llegado a conformar grupos de aficionados que animan a su equipo con cánticos y formas de expresión ante un público que cree y respeta sus convicciones y eslóganes. Al borde del tercer milenio, nada distingue más al fútbol que su carácter especular, su facilidad para reproducir en tonos más o menos grotescos el comportamiento de la sociedad actual en todas sus vertientes: la ociosa, la tribal, la económica, la política, la violenta, la mediática. Convertido en un mosaico de pasiones e intereses, el fútbol esta definido por su capacidad para atravesar épocas, desbordar convenciones sociales y adaptarse, con una vocación camaleónica, a las exigencias de cada tiempo.(Segurola S, 1999) Tanto en Colombia como España las barras bravas por un espacio altamente mediatizado (TV, prensa, radio) conocen y saben además que el poder, tanto político como financiero, ya no puede ignorarlos. El impacto de este colectivo como nuevo "poder fáctico" es tal que pueden desequilibrar poderes, movilizar recursos importantes (fuerzas de orden, dispositivos estatales), producir daños materiales considerables, ser objetos de un proyecto de ley especial, generar ganancias (a los clubes, a la TV, a la prensa, sellos grabadores), ocupar las primeras planas de los noticieros (y de ahí penetrar al imaginario colectivo) ser, por algunos meses, estrellas de la canción y, en el plano moral, transformarse en el anticristo moderno que las instituciones fundamentales de la sociedad que necesitan para reafirmar periódicamente sus valores morales esenciales (Martínez, 1993)
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