Hacia 1600, Argos, el pastor de cien ojos, paradójicamente simbolizaba la vigilancia absoluta de un espacio, y el quebrantamiento de tal vigilancia. En La quinta de Florencia, se ilustra la tradicional idea de que un gobernador es un Argos que, mediante los sentidos de sus súbditos, puede controlar sus dominios. Cuando los súbditos, al igual que Argos, se corrompan a causa de estímulos sensoriales, se expresará que el gobernador puede ser vulnerado y que no puede garantizar el orden público. Así, la obra transmitirá la desconfianza de los españoles ante las facultades de la monarquía para proteger a su pueblo.
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