La valentía y el ímpetu de los últimos defensores de Tenochtitlan, exhaustos, hambrientos, desamparados, pero tragicómicamente burlones y sarcásticos, así como su altivez despreciativa en respuesta a las exhortaciones del enemigo de rendirse, no manifestaban únicamente el afán de vencer al enemigo sino la actitud magnánima de quienes eran los actantes heroicos en la culminación apoteósica de un destino ineludible.
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