El proceso de romanización temprana (siglos II-I a. E.) en el valle medio del Ebro se caracteriza por profundas transformaciones en lodos los terrenos que, a diferencia de lo que ocurre con la instauración de la nueva cultura imperial del Principado, no dieron como resultado una homogeneización cultural, sino que se desarrollaron en un ambiente de marcado perfil indígena en cuyo seno los nuevos estímulos traídos por Roma experimentan diversos grados de reelaboración: las diferentes reacciones de las comunidades iberas, celtas y pirenaico-occidentales ante el hábito epigráfico introducido por Roma ilustran perfectamente este proceso.
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