Cuando Paul Gauguin emprendió su último viaje a Tahití en 1895, dejó como albacea testamentario de su obra al bilbaíno Paco Durrio, el artista español más inmerso en la vanguardia parisina. El Guggenheim recuerda a través de la pintura cómo la ciudad vasca ensanchó a partir de 1800, y no solo en el plano insdutrial, naval y urbanístico
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