Es habitual que cuando alguien habla de privacidad, de la importancia de protegerla y de cómo el capitalismo de la vigilancia está exponiendo la esfera íntima de los individuos, la respuesta automática que suele recibir es: «A mí me da igual que me vigilen, si yo no tengo nada que esconder y no soy nadie.» Despreciar el derecho a la privacidad implica no darse cuenta de lo que aporta cuando existe y los grandes problemas que genera cuando se pierde, tanto a nivel individual como a nivel colectivo.
«El conocimiento es poder», frase repetida hasta la saciedad en películas y novelas. Si el conocimiento efectivamente es poder, la privacidad es el mecanismo para controlar ese poder. Cuantos más datos se tienen sobre una persona, más capacidad de predecir sus acciones y de influenciarlas, en definitiva, más poder sobre esta. Poder que pueden ejercer indistintamente gobiernos o empresas, cuyos intereses pueden estar completamente desalineados con los del individuo.
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