Desde una eclesiología de comunión todo bautizado participa de la vida en Cristo, como nuevo pueblo sacerdotal, comunidad discipular, llamados y enviados. Sin embargo, la presencia de la mujer en la Iglesia, más allá del ámbito doméstico o de los cuidados, sigue sin reflejar tal principio. Nos preguntamos si estas demandas son mera cuestión de género o reflejan más bien un problema antropológico y eclesiológico sin resolver. Quizás es momento de dejar de hablar de espacios que “deberían” ser ocupados por mujeres para caminar hacia una Iglesia sinodal donde no se distinga a los bautizados en función de su género, sino todos co-discípulos, en diversidad de vocaciones y ministerios.
Sal Terrae 109 (2021) 103-116
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