Indiscutible es la unidad cultural de los pueblos latinoamericanos y caribeños, producto de la simbiosis de la cultura occidental europea con las culturas autóctonas del continente americano y, en algunos notables casos, con las africanas y aún las orientales importadas a estas tierras; como indiscutible también es su diversidad, producto de una variada geografía, de la singularidad de las etnias y del origen de los colonizadores.
Comparten todos ellos un devenir, si no idéntico, semejante, en el que ha privado, al lado de los más excelsos actos de amor y sacrificio, la confrontación violenta y el sojuzgamiento de las culturas locales (cuando no su virtual aniquilación) por las metrópolis europeas: el etnocidio, así como el saqueo y la depredación de sus recursos naturales: el ecocidio. Nos identifica a los latinoamericanos-caribeños el haber estado sujetos siempre a la colonización y la dependencia, la antigua, la que empezó hace quinientos años, y la moderna, la que se nos impone hoy en día desde los nuevos centros de poder. Pero nos identifica también la rebeldía, la inconformidad ante un destino manifiesto diseñado por esas potencias al margen de nuestra voluntad...
El espejismo virtual se hace añicos todos los días. Más allá de la cortina de humo con que las pantallas de los televisores, las computadoras y los celulares tratan de encubrir la realidad, más allá de la apariencia y la escenografía, está la esencia de un mundo desintegrado, desigual y heterogéneo, constituido, merced a la acción deliberada de los estados y las corporaciones transnacionales -el capitalismo salvaje-, por reducidos sectores sociales inmensamente ricos y una enorme población superflua, marginal, arrinconada en los países subdesarrollados, desprovista de todo derecho porque no contribuye en nada a generar plusvalía1 .
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