Hubo un tiempo en que el Abono Transportes o la Tarjeta de Transporte Público no estaban todavía ni en pañales, y el asunto de moverse por los Madriles era apostar a una lotería de infinidad de compañías de autobuses, públicas, privadas o mixtas. Cada una se buscaba la vida como podía, e imprimía sus propios billetes, incompatibles por completo con los de las empresas vecinas.
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