Las ideas científicas sobre la naturaleza, la organización y el funcionamiento del cuerpo humano son el armazón del saber médico sobre la vida y sobre la salud. Recíprocamente, la medicina ocupa un lugar dominante en la constitución de las representaciones sociales acerca del cuerpo, proporciona los principales materiales culturales que concurren a configurar los modos de pensarlo y decirlo. En ese marco, la primera modernidad introduce y consolida elementos de especial interés, particularmente respecto de la adquisición y validación de los conocimientos, centrados en la preeminencia otorgada a la evidencia de los sentidos. Se configura de este modo un “programa sensorial”, sobre cuyas complejas bases teóricas y metodológicas se echan las bases para una aprehensión científica del cuerpo humano. El estudio de ese programa conduce a identificar figuras diversas de lo que cabe llamar un “argumento sensorial”. Elaboradas en el contexto de producción de un nuevo saber morfológico en el siglo XVI, esas figuras serán desarrolladas, desde la primera mitad del siglo XVII, en el terreno de la fisiología. Se asiste así a la progresiva instauración de un orden epistemológico que ordena un haz, heterogéneo pero coherente, de vectores teóricos destinados a transformar decisivamente los términos en que se concibe la realidad corporal como objeto inteligible. Desde fines de la Edad Media y especialmente a partir del Renacimiento, la producción del saber anatómico reposa sobre un conjunto de operaciones y de objetos materiales precisos y específicos: instrumentos, espacios, secuencias de manipulación, distribución de las tareas, organización del tiempo. Ese dispositivo es solidario de un orden epistemológico, del que es a la vez fundamento y emanación. Mi propósito es analizar algunos aspectos de esa articulación.
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