El fútbol es el opio del pueblo. Tras esta sentencia seudomarxiana, aparentemente tajante, se esconden múltiples contradicciones. El fútbol, como el deporte en general, formaría parte de lo que Althusser denomi-naba “aparatos ideológicos del Estado”, reflejando los valores de la clase dominante (competitividad, individualismo, éxito a cualquier precio), y contribuyendo a asentar y extender su hegemonía en la vida diaria. Sin embargo, el carácter social de este deporte lo convierte también, con todos sus claroscuros, en un reflejo de valores alternativos (valoración de lo colectivo sobre lo individual, solidaridad, apoyo mutuo) y un ins-trumento, como el ocio, para la construcción de alternativas populares.
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