Ayuda
Ir al contenido

Dialnet


Resumen de Una sonrisa cínica

José María Parreño Velasco

  • Según Jankélevitch, el momento más serio -ni trágico ni triste, sólo serio- del día, es seguramente ¿por la mañana en ayunas¿, acotación que Erik Satie colocó al principio de sus Sports et divertissements (1914). Nuestro tiempo no puede ser más distinto. Más bien, podríamos referirnos a él como ¿por la tarde y saciados¿. Si encontramos aceptable esta caracterización del momento histórico que viven las sociedades opulentas regidas por el capitalismo cultural, estaremos entonces en una época ciertamente cómica.

    En torno al año de edad, un bebé se ríe (no grita ni llora, se ríe) del comportamiento inadecuado de un adulto -si éste se lleva el biberón a la boca, se pone a gatear o hace muecas-. Constatamos así que se ha producido un importante avance en su desarrollo cognitivo: ya es capaz de determinar qué es la realidad y qué leyes la ordenan. Y según ellas, lo que está viendo resulta incongruente. La esencia de lo cómico reside en la incongruencia. La estructura de un chiste es siempre la solución inesperada de un conflicto que enfrentaba dos lógicas incompatibles. La creación de un marco coherente en que esas dos lógicas pueden convivir es el humor. El humor es una constante antropológica, pero también es históricamente relativo -cada época y cada lugar tienen su propio humor-. Lo cómico es el correlato objetivo del humor, y el humor, a su vez, la capacidad subjetiva de aquél. Desde sus expresiones más simples a las más complejas, ya lo dije, lo cómico se experimenta como una incongruencia. Esta genera una tensión cuyo alivio nos produce placer. En el plano fisiológico, al relajar la tensión acumulada se desencadena la risa. Según Kant: ¿La risa es un afecto debido a la transformación repentina de una tensa espera en nada¿.

    ¿Por qué nos hacen reír los batacazos, los resbalones, la señora que retrocede para hacer una foto y cae al agua delante de toda su familia? Por la misma percepción de lo incongruente que experimentaba el niño chico. Y por haber llegado hasta aquí, lector, ahí tienes un chiste. En un velatorio, un familiar comenta a un visitante: ¿Era tan bueno¿ cuando se caía alguien por la calle, corría inmediatamente a socorrerlo¿. El otro responde que no le parece tan extraordinario. Y el familiar sentencia: ¿No, claro. Pero es que no se reía antes¿. Y es que damos por hecho -o sea: la norma que rige la realidad es- que en determinadas situaciones la risa, bochornosamente, aparece antes o por encima de otros ¿afectos¿. Porque para disfrutar de lo cómico tenemos que suspender -se suspenden automáticamente- emociones y consideraciones que en cualquier otro caso se nos impondrían, ya sean la compasión o el respeto. Un chiste cuya moral no aceptamos, sin embargo sigue siendo gracioso. Más aún, una de las funciones importantes del humor ha sido siempre escandalizar los sentimientos morales convencionales. Esa ¿suspensión¿ de otras consideraciones que conlleva el humor, se parece a la que también, en la estética clásica, se produce en la contemplación de la obra de arte. En otro sentido, Bergson escribió que lo cómico se desenvuelve en un sector atípico de la percepción, purgado de emociones, y por lo tanto muy parecido al estado mental de la especulación teórica. En definitiva, el humor y el arte mantienen su eficacia más allá del bien o del mal que propugnen. Admiramos las obras de Céline o de Jünger, o el cine de Leni Riefensthal aunque repudiemos la moral que defienden.

    La experiencia estética y la experiencia cómica se desenvuelven en mundos separados y, sin embargo, autores cuya aportación es relevante en el ámbito de la estética se han ocupado extensamente de desentrañar lo humorístico -Shaftesbury, Hutcheson, Kant, Baudelaire-. Hegel y el propio Kant situaron sus análisis de lo cómico dentro de sus estudios de la estética.

    El arte de cada periodo histórico ha plasmado el humor según lo practicaba la cultura de su tiempo: humor carnavalesco en los capiteles románicos medievales, agudezas del humor barroco¿ En Europa, el interés por lo cómico se impuso en los siglos XVII y XVIII. La caricatura, que desmesura los rasgos y subvertía la ciencia fisiognómica, fue un vehículo idóneo para la sátira ilustrada. En estos humores había exceso, sobresalto y la carcajada surgía como una respuesta casi corporal ante los deformaciones con que se presentaba la realidad. Distinta es la sonrisa.

    ¿La risa sólo difiere de la sonrisa en que ésta última no interfiere la respiración¿, dice sin miedo a equivocarse Norman Holland. Pero esa ¿risa pequeña¿ ¿risa inferior¿ (del latín sub ridere), me parece un sentimiento distinto de la risa, y no sólo cuantitativamente. Es más bien la modalidad sutil más del regocijo que produce lo cómico. La variante del humor que provoca específicamente la sonrisa es la ironía. Es también la que requiere de un desciframiento intelectual más complejo. La ironía es una operación de desdoblamiento del lenguaje por la cual se suspende el sentido literal de los enunciados a favor de un sentido distinto e inesperado. Es, por tanto, decir una cosa queriendo decir lo contrario. En la ironía hay siempre un vestigio de engaño y un enunciado no sería irónico sin él. Su intención, sin embargo, no es la mistificación, sino la sinceridad. El catecismo enseña que mentir es ¿decir lo contrario de lo que se piensa con la intención de engañar¿. La ironía, en cambio, sería decir lo contrario de lo que se piensa pero con intención de dar a entender la verdad. Y sin embargo... sin embargo no podemos estar seguros de que el receptor capte la ironía tal y como el ironista la formuló. Su interpretación es siempre incierta y su proceso abierto, a diferencia de otras figuras retóricas, como la metáfora. Cuando los agentes de la Gestapo nazi visitaron a Sigmund Freud para cerciorarse de sus actividades, trataron de aprovechar su reputación pidiéndole una declaración afirmando que había sido tratado correctamente. Freud la firmó y añadió una postdata: ¿El trato que he recibido de estos señores ha sido extraordinario. De hecho, se lo recomendaría a cualquiera¿. La ironía introduce la duda en el discurso, y una duda radical, porque oscila entre sentidos diametralmente opuestos.


Fundación Dialnet

Dialnet Plus

  • Más información sobre Dialnet Plus