Antoine de Perrenot, cardenal Granvela y ministro al servicio del emperador Carlos y de Felipe II, fue uno de los personajes que más odio y repulsa concitó entre la nobleza flamenca cuando, por acuerdo papal y mandato real, se encargó de la reforma de los obispados de Flandes que hasta entonces dependían de arzobispos franceses o alemanes.
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