Islas de festividad, los deportes parecen asumir, en la sociedad postindustrial, el deber estratégico de ofrecer una estructura lúdica que conecte parte del yo y de lo social, así como también de presentar un comentario expresivo de los valores y las contradicciones de la cultura pluralista. Esta hipótesis favorece una interpretación antropológica del deporte contemporáneo como un fenómeno social total, capaz, por un lado, de convocar la globalidad del sujeto en sus diversos niveles de consciencia y expresión y, por otro, de obtener de los núcleos de ritualidad una trama cada vez más amplia de interrelaciones entre ambientes diversos y heterogéneos de lo social. Al mostrar una pluralidad de manifestaciones corporales, una dramaturgia de pasiones articuladas, un repertorio de estilos de carácter y de modelos cognitivos, todos potencialmente legítimos, el deporte pone al descubierto el abanico de las diferencias y las posibilidades, abiertas a la desmesura en la sociedad contemporánea.
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