Toda época es víctima de sus propias pandemias. Enfermedades que irrumpen de manera masiva, reventando los diques de lo previsible y las costuras de la normalidad. Su virulencia es tal, que cuando aparecen nos impiden escondernos, no nos dejan mirar para otro lado ni ponernos del todo a salvo.
Como un seísmo que remueve las hechuras de la tierra, lo alteran todo a su paso. Ni siquiera dejan en pie nuestros razonamientos más acostumbrados, aquellos que solían brindarnos cierta estabilidad y familiaridad antes de los primeros contagios. Imaginemos fenómenos epidemiológicos como la peste, la viruela, el cólera, el sida o la gripe a lo largo de la historia. Pensemos ahora en el COVID-19. A pesar de parecer mucho menos agresivo y letal en comparación con otras epidemias, el shock que ha provocado es comparable – y lo que está por venir–.
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