Pocos sucesos de los que tuvieron lugar en América Latina durante la década pasada han suscitado tanto interés para los científicos sociales como la revolución sandinista. Este interés ha estado determinado, en parte, porque la experiencia nicaragüense mostró ser, desde sus inicios, un proceso singular en el contexto de las revoluciones de liberación nacional del tercer mundo por: 1) las condiciones específicas del desarrollo capitalista en ese país; 2) la amplia coalición que permitió el triunfo sobre la dictadura somocista; 3) las condiciones internacionales prevalecientes a principios de los años ochenta, y 4) la visión política de su dirigencia.Las expectativas creadas en torno a la tentativa sandinista de impulsar una democracia socialista partiendo, ya no de fórmulas preestablecidas, sino de criterios más flexibles sobre el modelo por seguir, condujeron a fijar la atención en el proceso nicaragüense. Se trataba de evaluar la capacidad del nuevo gobierno para encontrar mecanismos, métodos adecuados que consolidasen una revolución ocurrida en un país capitalista dependiente ante la necesidad de redefinir su articulación al sistema económico y político internacional, resolver el problema del atraso -esto es, impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas- y constituir un nuevo tipo de poder político.
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