Martín Alonso Zarza (res.)
“El Árbol de Gernika es símbolo del bienestar de nuestro pueblo: no de ningún otro. Ni dentro de nuestro solar puede coexistir con ningún otro árbol”, escribía Sabino Arana en Euzkadi en septiembre de 1901. Esta concepción aranista del “nosaltres sols!” es el suelo interpretativo de la cosmovisión vasca, también de su historia negra de violencia. “No hay lugar en el mismo espacio geográfico para dos violencias legítimas, para dos soberanías, y el espacio geográfico de Euskal Herria es vasco por definición en el caso de ETA, y ETA es la cristalización definitiva del pueblo vasco”, enlaza Joseba Arregi en el primero de los libros reseñados (222). La dialéctica entre el uno y el dos es la clave de bóveda de la construcción discursiva del tribalismo identitario.
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